viernes, 15 de octubre de 2010

Teología de la creación y Ecología



Por: Jesús Rafael Martínez Guerrero

Recensión de J.L. RUIZ DE LA PEÑA, «La fe en la creación y la crisis ecológica», en ID., Teología de la creación, 16 (1990), pp. 175-199.

Ruiz de la Peña, en el artículo anteriormente citado, presenta la relación que se está dando entre la fe en la creación y el ecologismo actual. Es desde este objetivo que comienza su artículo remitiendo al antiguo oráculo:

«Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha […] Pero si tu corazón se desvía y no escuchas […], yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra […] Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes […] Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra […]» (Dt. 30, 15-20).

En él se ve una actualidad increíble –aunque sea por causas diferentes–, debido al hecho de que la humanidad se cuestione la realidad del mundo y el futuro del hombre. Causa por la cual, la reflexión teológica se interese por dicho debate respecto del ecologismo. Será desde aquí que el autor, presente la cuestión entre Teología y Ecologismo en tres apartados que se exponen a continuación.

1. La intervención de la teología en el diálogo sobre la ecología. Primeramente, Ruiz de la Peña muestra la crítica que hace el Ecologismo a la teología, empezando por afirmar que el primero invita al segundo a participar del debate, pues la responsabiliza en mucho de lo que sucede actualmente, y para que provoque actitudes y cambios de mentalidad a este respecto. Y es que la teología, según varios autores, ha hecho daño al hacer que se hable de la autonomía que tiene el plano espiritual sobre el plano material, ha presentado al hombre como administrador – explotador del mundo por voluntad de Dios, ha prestado escasa atención a la problemática de la ética social, presentando, en contraposición, una ética individualista, e igualmente, ha fomentado o provocado la degradación ecológica.

Para nuestro autor, tampoco se tiene derecho a convertir a la teología en el chivo expiatorio de esta historia, basados en el hecho de presentar al hombre como ser creado a imago Dei, con una cuota de antropocentrismo («arrogancia cristiana», según White) que después empapa la mentalidad de las ciencias modernas; o por la idea judeocristiana, según Amery, del señorío ilimitado del hombre sobre el mundo.

Ante estos «ataques», la teología se dedicó a buscar en la Escritura una doctrina ecologista. Los teólogos americanos echaron mano de textos bíblicos (Lv. 25,2-5; Ex. 23,12; Dt. 20, 19-ss) para argumentar una defensa a favor del medio ambiente, o para anunciar las desgracias que se avecinaban (estos texto adolecen de fundamentalismo o de concordismo). No obstante, las acusaciones, según Ruiz de la Peña, son injustas, pues, la conciencia de ser creatura debiera inducir al hombre un respecto religioso por la creación, él es administrador – tutor, y no explotador (cf. Gn. 1,28), es ayuda para conducir la creación a su plenitud, y no a su destrucción. Gn. 1,28 propone un «cuidado de la tierra», y no un señorío al estilo del Creador, que es quien le ha dado unas leyes naturales que escapan a la jurisdicción humana. Es a Dios a quien la tierra toda le pertenece (cf. Lv. 25, 23; 1Cro. 19,11; Sal 24,1). Y es que para la teología, la consumación escatológica no será sólo de la creatura humana, sino de toda la creación (cf. Is. 35, 1-10), donde el hombre gozará de una naturaleza rica y sana (cf. Is. 11, 6-9; Sab. 1, 13-14). De aquí, que las acusaciones tienen más de infundio que de realidad.

2- Los factores de la crisis. Ruiz de la Peña, expone en este apartado las causas que han llevado a la crisis del medio ambiente. Para esto, realiza un análisis de las cuatro realidades más graves:

a) la contaminación: debida a la industrialización que ha hecho del planeta un vertedero, pues, aunque el planeta está diseñado para digerir los subproductos de la actividad humana, no hay que negar que tiene una capacidad que es limitada, y más cuando los productos se incrementan en cantidad (la impresión dominical del New York Times consume un bosque de 74 hectáreas, las fábricas de Milán arrojan anualmente a la atmósfera 100 000 ton. de ácido sulfúrico, en París se arrojan diariamente 600 ton. de desechos al rio Sena) y en calidad (tóxicos, radioactivos); y según estadísticas, la cifra global de contaminación se duplica cada 14 años, más el hecho que la contaminación se reparte muy desigualmente, pues, según A. Dumas, un norteamericano contamina mil veces más que un chino, por lo que, la contaminación además de agredir a la naturaleza, agrede al hombre y de manera equitativa hasta a los que no contaminan.

b) La súper población: en los últimos 15 años la población ha incrementado en mil millones de personas, y se espera que el próximo período en duplicarse sólo sea de 35 años, cuando los anteriores fueron de un siglo, o como el último, que fue de 65 años (1900-1965).

c) Agotamiento de los recursos: las reservas de la tierra son limitadas, por tanto, la explotación a que han sido expuesto, rebajan los recursos disponibles a cifras preocupantes. Se sospecha que nos estamos quedando sin gas, y que las reservas petroleras disminuyen alarmantemente, pues el consumo de estas fuentes de energías se duplica cada 11 años. Triste es igual que los países desarrollados consumen el 82 % de los recursos naturales, cuando sólo son una cuarta parte de la población y el 40 % de la superficie terrestre (USA consume el 35 %), por lo que, la situación es desastrosa, no solo ecológicamente, sino humanamente.

d) La carrera armamentista: los arsenales nucleares tienen para destruir el planeta varias veces. Sumado a esto, el hecho que los recursos que se dedican para esto (tanto monetario como naturales y humanos) son irracionales. Los países en vías de desarrollo (deficitarios en alimentos, energía y bienes de consumo) duplican cada 6 años sus presupuestos militares. Con lo que gasta USA en armamentos al día, podría dar de comer a medio millón de niños al año.

Según Ruiz de la Peña, todos estos factores interactúan entre sí, se retroalimentan mutuamente, ya que, cada uno de ellos ejerce un efecto multiplicador sobre los restantes: aumento de la población, trae aumento de recursos naturales, y éste trae aumento de contaminación, y las tensiones generadas por este triple crecimiento llevan al crecimiento del armamentismo. La degradación ecológica es el producto resultante de la multiplicación de los cuatro factores anteriores, de aquí la necesidad que los lineamientos para hacer frente a estos factores vayan sobre todos, no sobre alguno de ellos.

La pregunta que se hace nuestro autor sobre la realidad que se vive y la que se acerca es ¿cómo es que la preocupación por la misma continúa localizada en círculos minoritarios? A lo que responde que, no puede ponerse en duda que haya una gigantesca operación de enmascaramiento de la crisis, pues el 70% de la información de los mass media de occidente es controlada y suministrada por dos agencias norteamericanas. La táctica de algunos círculos financieros ha sido la de distraer la atención con ridículos programas de «mantenga limpia la ciudad», o desacreditar cualquier voz que se levante para alertar a la ciudadanía.

3- A la búsqueda de una salida. En este apartado, Ruiz de la Peña se cuestiona si hemos llegado al no – retorno de la destrucción. Ya desde antes, 1947, C.S. Lewis presagiaba que «la conquista final del hombre es la abolición del hombre». Por esto se entiende que, unos pocos hombres dominarán toda la naturaleza y a los demás individuos, estos pocos, concentrarán el poder en sus pocas manos de tal manera que llegarán a abolir a la naturaleza, incluyendo a la humana. Por la misma línea va el pensamiento de Konrad Lorenz –reproduce el pensamiento de Lewis–, de Asimov –no existen civilizaciones avanzadas, pues ellas mismas se suicidan–, o de los cibernéticos del Club de Roma que apoyan la tesis de las catástrofes locales para evitar el desastre planetario. Otros intelectuales exageran más al proponer eliminar las ayudas económicas a países que ya no tengan salvación por el daño que causan (ejemplo sería la India por ser un país súper poblado). Por lo que se presenta la posibilidad de derrumbar el «edificio dañado» con una explosión controlada, para que así no haga más daño a sus vecinos, por lo que las bombas atómicas en esas zonas serían benevolentes. Nuestro autor, ve en estas últimas posturas un «acabemos con el hombre, antes de que el hombre acabe con la naturaleza».

Ruiz de la Peña, al analizar la situación, reconoce que el desastre ecológico puede ser atajado únicamente a partir de una instancia ética que dirija y controle los programas técnicos – científicos, que movilice a la población mundial y la motive para tomar las decisiones que la situación demanda, e incluso las medidas políticas dependerían de esta ética. Por este camino van muchos conocedores de la materia: Randers y Meadows (proponen una ética que elegirá entre el «egoísmo a corto plazo» o la «generosidad a largo plazo»), Ch. Birch (hay problemas que la ciencia y la técnica no pueden resolver, pues están al servicio del mundo opulento, por tanto, urge una ética que regule las posibilidades científicas y guie su utilización para el bien de la humanidad entera). Y es que la moral ecológica es una moral de solidaridad de la especie, es decir, que ha de guiarse por unos criterios de justicia sincrónicos (entre los contemporáneos de la misma generación) y diacrónicos (entre las generaciones presentes y las futuras).

Nuestro autor, resume tres opciones éticas para enfrentar la crisis ecológica.

a) Antropocentrismo prometeico: la ciencia ha tenido como fin primero la autocreación del hombre y la construcción del mundo, pero el fin último que se vislumbra, según se ve hoy, es la autodestrucción; ella ha asumido una tendencia: «toda profesión, salvo la ciencia, ha de ejercerse responsablemente, tiene que responder de sí ante la comunidad», y no ha de ser así, pues el científico ha de ser responsable de las acciones que comete desde el momento que las inicia y no al final, cuando el resultado esté ya presente.

b) Cosmocentrismo panvitalista: este modelo es una reacción al anterior, pues plantea un derrocamiento del antropocentrismo para colocar el cosmocentrismo, el cual está a la base de la misma existencia humana, ya que el cosmos es anterior y primario, es donde el hombre está inmerso. Esta tendencia cae en un vitalismo panteísta que, en una postura extrema, igualaría en valor a una ameba y al hombre, olvidando que sólo el hombre es imagen de Dios, y que la afirmación del ser humano, no va en detrimento o negación del valor de los demás seres.

c) Humanismo creacionista: ambas posturas anteriores devalúan al hombre (la primera por un sobrehumanismo eufórico de la civilización tecnocrática, y la segunda por un antihumanismo tácito de ciertos ecologismos), pues una mitifica al hombre y la otra a la naturaleza. En esta tercera opción, la fe cristiana introduce el «factor» Dios. Él sería la garantía frente a los excesos del antropocentrismo y del cosmocentrismo, porque si se le descarta, las otras dos alternativas alcanzarían una sola meta: victoria final de la naturaleza sobre el hombre. Dios da valor al hombre y a la naturaleza, cada uno dentro de una escala y con su valor propio, lo cual responsabiliza a cada parte.

Para Ruiz de la Peña, las primeras dos opciones sacan a Dios del problema ecológico. Tal pareciera que se quiere «tapar el hueco» con la persona de Dios dentro del problema; pero, aún cuando hay quienes no creen en Él, se debe tener en cuenta las consecuencias cuando no se admite la posibilidad del la hipótesis Dios. Es deber de la teología extraer esas consecuencias y ofrecerlas a su consideración.

Conclusión personal: el artículo de Ruiz de la Peña, merece ser clasificado de importante para la teología presente. Es justo recordar que la teología, aunque no es culpable del cómo está la situación actual respecto a la desgracia por la que pasa el medio ambiente y la naturaleza, tiene parte de responsabilidad, tal cual la tienen los gobiernos y toda instancia humana involucradas en la crisis. La teología debió ser más exigente respecto al problema por el que se pasa. Debió levantar más la voz a favor del medio ambiente, cuando se ha planteado la realidad de la libertad de la que goza el hombre. De hecho, en al artículo de Ruiz de la Peña, el tema de la libertad humana como realidad causante, en gran parte, del mal que aqueja al planeta, pasa casi desapercibido. El problema del medio ambiente es actual, nadie hace cien años atrás imaginaría tanto daño, más, no es tarde para que la teología, y los miembros de la Iglesia, comiencen a denunciar los oprobios contra la naturaleza.











































1 comentario:

  1. Qué buen artículo, los testigos de jehová son una secta que son como una plaga maligna que poco a poco va comiendose a los Cristianos, pero nosotros debemos ponerle un alto, en nosotros está el pararla.

    Ellos cons u buen hablado, con elegancia, y buena presentación buscan impresionar a las personas para luego convencerlas de hacerse testigos de Jehová.

    Esto me trae a la memoria una página que ví hace unos días que explica bien lo de los testigos de Jehová: http://www.elpuntocristiano.com/search/label/Testigos%20de%20Jehov%C3%A1

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