viernes, 29 de octubre de 2010

Recensión: The historical roots of our ecological crisis (por Antonio López Quiroga)


The historical roots of our ecological crisis[1]

En el artículo de referencia, Lynn White busca fundamentar la crisis ecológica de la época actual[2] en la influencia que el cristianismo ha ejercido en la historia de la humanidad. Basándose en un diálogo sostenido con Aldoeus Huxley, el autor inicia su artículo hablando sobre el uso indebido que el hombre hace de la naturaleza, así como las consecuencias que ello genera.
Hablando de los seres vivos (sin considerar al ser humano), señala que son capaces de modificar su hábitat creando un ambiente favorable para los demás, v. gr., los corales. Sin embargo, el ser humano ha hecho lo mismo pero de forma inversa, es decir, han utilizado los recursos naturales para crear diversos instrumentos que le han ayudado a su desarrollo, pero que también han contribuido a la modificación de su medio ambiente (en este sentido menciona a la deforestación realizada por los romanos a fin de crear naves para el ataque contra los cartaginenses). Respecto de los aspectos mencionados, es posible hablar de una transformación del ámbito ecológico, en el primer caso tiene efectos positivos; en el segundo han llegado a ser devastadores.
En el desarrollo histórico del ser humano, la ciencia aparecía como una realidad perteneciente a la aristocracia, pues implicaba un conocimiento más especulativo e intelectual, mientras que la tecnología, era propia de la clase baja y su conocimiento era empírico orientado a la acción. Es a mediados del siglo XIX cuando surge la fusión entre ambas realidades, ello en virtud de las nuevas democracias, la supuesta eliminación de las clases sociales y la unión entre «cerebro» y «manos».
No obstante la ciencia y la tecnología han tomado elementos provenientes de culturas orientales (China, Japón, Países Árabes), la influencia estilística y metodológica que ha imperado y que se destaca hasta nuestros días es la occidental. Este desarrollo científico en Occidente se sitúa incluso antes de la Revolución Industrial del s. XVIII, e incluso antes de la Revolución Científica del siglo XVII. Hacia el año 1000, en Occidente se utilizaba el agua como fuente de energía aplicada a procesos industriales; lo mismo en el siglo XII pero con el viento. Ya para el s. XIV aparece la automatización, y a finales del s. XV viene la superioridad tecnológica en Europa a raíz del descubrimiento de las «Nuevas Indias».
Hay quienes señalan que la ciencia moderna encuentra sus inicios en 1543 con la publicación de las obras de Copérnico y Vesalius, sin embargo, no constituyen el punto de partida del desarrollo científico occidental, de hecho, éste encuentra su sustento en el desarrollo de los árabes y griegos, cuyas obras fueron traducidas al latín en el s. XI, así como del Islam en el s. XIII.
En cuanto a la visión medieval del hombre y la naturaleza, Lynn White señala que cuando la agricultura era la ocupación primordial de toda sociedad, existía un sentido de pertenencia a la tierra; ésta se distribuía de acuerdo con las necesidades de cada familia. Sin embargo, conforme los métodos de cultivo fueron progresando, el hombre se convirtió en explotador de la tierra, por lo que la distribución de la misma ya no respondía a las necesidades, sino que se relacionaba con la capacidad de explotación del individuo.
Esto resulta revelador en tanto que aquello que el hombre hace con la ecología, depende de la autoconcepción  que tenga, en relación con aquello que lo rodea. En este sentido, la ecología humana está profundamente relacionada con las creencias sobre la naturaleza y destino del hombre, es decir, por el ámbito religioso[3].
Derivado de lo anterior, es posible afirmar que el cristianismo ha ejercido una notable influencia en Occidente, de hecho, su triunfo sobre el paganismo puede considerarse una de las revoluciones más importantes de nuestra cultura; sin embargo, con respecto al tema inicial, cabe la cuestión sobre ¿qué dice el cristianismo con respecto a la relación del hombre con su medio ambiente?
A diferencia de otras tradiciones, la judeocristiana introduce una concepción lineal de la historia; muestra a un Dios amoroso y todopoderoso, creador de todo cuanto existe. El cristianismo es la religión más antropocéntrica que jamás haya existido: Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya, y le proporciona todo lo creado para la realización de sus propios fines. Con ello, el cristianismo se distingue de las doctrinas paganas de la antigüedad, así como de las tradiciones religiosas asiáticas, en las que se creía que cada cosa de la naturaleza estaba poseída por un espíritu, por lo que para explotarla, había que apaciguar a dicho espíritu; el cristianismo, por su parte, rompe con ese «animismo» y da pie a la explotación de la naturaleza (justificándola en el libro del Génesis).
Es necesario comprender el dogma de la creación en un sentido distinto: Dios crea la naturaleza y ésta es, a su vez, reveladora de la divinidad (de aquí parte la Teología Natural). Para el cristianismo greco-oriental, la naturaleza era símbolo de la comunicación de Dios con el hombre (la mirada sobre la naturaleza era artística, no científica). Para el s. XIII, en el cristianismo occidental latino la Teología Natural toma otro matiz: se busca comprender a Dios mediante la comprensión sobre cómo opera su creación. En este ámbito se sitúan los grandes científicos de ese tiempo; es hasta el s. XVIII cuando algunos consideran innecesarias las hipótesis sobre Dios.
Para el autor, al ser el cristianismo el impulsor de la ciencia y la tecnología en Occidente, entonces forma parte primordial de la crisis ecológica que dichas realidades han producido. En este sentido, el cristianismo carga en su espalda una gran culpa. Para el autor, si el desorden fue provocado por el cristianismo, entonces en él se debe encontrar la solución al problema; considera, con justa razón, que la crisis ecológica no se resolverá con más ciencia y tecnología.
Para ello, Lynn White toma la doctrina de San Francisco de Asís. Para este hombre ejemplar, la concepción de la relación del hombre con la naturaleza era distinta: pretendía eliminar la «monarquía» del hombre sobre la naturaleza y establecer una democracia entre las creaturas de Dios. Ello nos lleva a pensar en que la solución se encuentra en la autoconcepción del hombre, pues ésta influirá en la forma en que se relaciona con su entorno. De hecho, el autor afirma que la crisis ecológica continuará en tanto se siga aceptando el postulado cristiano que afirma que la razón de ser de la naturaleza es que ésta se encuentra al servicio del hombre.
Como se puede apreciar en los datos anteriores, el autor argumenta de manera lógica el objetivo de su artículo: establecer las raíces históricas de la crisis ecológica actual. No obstante lo anterior, desde una perspectiva muy personal, me atrevo a decir que si bien es cierto que el cristianismo ha ejercido un poder en el mundo occidental a lo largo de muchos siglos, y que dicho poder contribuyó al desgaste ecológico del planeta, también es cierto que hoy en día, viviendo en una sociedad completamente secularizada y, en cierto modo, anti-cristiana, se sigue viendo que los avances científicos contribuyen al desgaste del medio ambiente, por lo que considero que la cuestión, aunque históricamente tenga fundamentos, es necesario que nos cuestionemos el por qué la situación cada día es más grave en nuestros días.


[1] Lynn Townsend White, Jr., «The historical roots of our ecological crisis», Science Vol 155 (number 3767), March 10, 1967, pp. 1203-1207.
[2] Es importante señalar que el artículo se escribió a finales de la década de los sesenta, por lo que hoy en día la realidad se presenta, quizá, de manera más drástica.
[3] What people do about their ecology depends on what they think about themselves in relation to things around them. Human ecology is deeply conditioned by beliefs about our nature and destiny –that is, by religion.

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