lunes, 1 de noviembre de 2010

«Ángeles y demonios»

Jesús Rafael Martínez Guerrero


Recensión de A. Marranzini, «Ángeles y demonios», en Aa.Vv., Diccionario teológico interdisciplinar, Salamanca 1885, 413-429.
El tema que A. Marranzini toca en este artículo gira en torno de la reflexión teológica de los seres espirituales que son los ángeles y demonios. Él observa que desde el siglo XVIII se dio un giro al respecto de este tema, donde, debido a los adelantos en las investigaciones científicas –bíblicas mayormente–, se discute sobre la existencia de estos seres. De aquí que, el objetivo que siga con este texto, tendrá como fin presentar la problemática de esta cuestión, si son seres personales o no, si responde a un sincretismo religioso proveniente de culturas orientales, si existen o no. Para ello, el autor, hace un análisis de la cuestión desde la Sagrada Escritura –AT y NT–, la patrística, la discusión actual y el Magisterio de la Iglesia.
Respecto  a la angelología bíblica de AT, nuestro autor plantea que son presentados como pertenecientes a un mundo sobrehumano, pero, muchas veces, en relación con el hombre; están sometidos a Yahvé, son llamados «hijos de Dios», «santos», «hijos del Altísimo», etc., lo que demuestra que siempre son dependientes de Dios, en ayuda y protección del hombre justo.
Marranzini, afirma que hay algunos textos (Gn 16, 7-14; 18, 2-ss; 21, 17-19; Ex 3, 2-6, etc.), la distinción entre Dios y su ángel no es evidente, pues el último declara «Yo soy el Dios de Betel»; Oseas, identifica a Dios como el que ha luchado con Jacob; mientras que en otros textos se ve a Dios enviando (Num 20,16), ordenando (2Re 14,16) a los ángeles. Esta identificación ha recibido varias explicaciones, pero ninguna es probativa. Esto sólo deja claro que esta figura no se permite identificar unívocamente, y que el ángel sólo es mensajero, el que dirige y habla al hombre es Yahvé. Los ángeles aparecen con más fuerza durante y después del exilio con una finalidad proteccionista para el pueblo elegido. Durante este tiempo aparecen los querubines y serafines, que dependen de manera creatural de Dios, tienen funciones de intérpretes y portadores de las oraciones, lo que marca el desarrollo de trascendencia de Dios. De aquí se concluye que la angelología del AT, camina de forma paralela con la gradual revelación de Dios.
En el NT, los hagiógrafos no tienen dudas de la existencia de estos seres, pero siempre ligados a Dios –de aquí sus títulos de «ángel de Dios», «ángel del Señor», «ángeles del cielo»–. Ellos están ordenados a Cristo y a su misión –encarnación, resurrección, glorificación, y acompañando a la Iglesia–. Son anunciadores de los mensajes de Dios, y testigos de la resurrección –siempre antes o después, nunca coinciden con Cristo–. Según nuestro autor, a Pablo le interesa mostrar a Cristo como Señor de los ángeles, el que está por encima de ellos (Col 1,16-ss; Heb 1,4). El Apocalipsis va en esta misma línea de presentar a los ángeles subordinados a Cristo, realizan sus obras y viven para alabar.
Respecto a la demonología bíblica, el expositor afirma que la cultura hebrea del AT recibió un fuerte influjo de la cultura mesopotámica, especialmente de los daimones, que provocaron una creencia en los espíritus malignos, causantes de enfermedades y desgracias. Ese mal fue personificado como un ángel de Dios, Satanás –diábolo en la traducción de los LXX–, a quien Zac. 3,1-5 presenta como acusador público de Josué, pero que entiende la justicia como algo opuesto a la misericordia, causa por la que se hace «malo» y enemigo de Dios». En Job, es parte de la corte de Yahvé y tiene la «misión de tentar a este personaje, aunque no es el «tentador»; así aparecerá en 1Cro., donde, además, es presentado como totalmente malvado. El judaísmo tardío será quien verá en la serpiente de Gn 3 a Satanás –reflejado en Sab 2,23–; mientras que los autores de los textos del Qumrán verán al mundo desde el dualismo de los ángeles de luz y los ángeles de las tinieblas.
Estos ángeles malos, aparecen en el NT como aquellos que son vencidos por Cristo. Pero Jesús nunca identifica a Satanás con el pecado que se manifiesta en el hombre, pues el Diablo puede dañar al hombre en la medida que éste se deje y lo asuma en su vida. En Hch, la Iglesia tiene poder –que se desprende del poder de Cristo– sobre los ángeles malos, sus miembros tienen las armas de Dios para vencerlo. En Pablo, Satanás es un ser personal que incita al mal (cf. Ef. 2,12), por lo que hay que resistirle; él está detrás del «misterio de iniquidad» (cf. 2Tes 2,7), de los que niegan a Jesús como Señor (cf. 2Co 4,4), de los infieles a la Iglesia (2Cor 11,5); pero éste será derrotado por Dios (cf. Rom 16,20). Según Heb (2,14-15), la muerte de Jesús reduce al Diablo y libera a los dominados por él –esclavos–. En las cartas Católicas, se hace mención de Satanás muy rara vez (1Pe 5,8), y es con el objetivo de invitar a estar vigilantes contra él; será 1Jn 3, 8-11, la que hace mención al dualismo filial: hijos de Dios e hijos del diablo. Igualmente, en el Ap, la vida de la Iglesia se presenta como una lucha entre el diablo y sus colegas y Dios y sus fieles, donde vencerá el Cordero.
En la actualidad, según Marranzini, frente a los textos bíblicos relacionados a este tema, algunos toman una postura de indiferencia. Para otros, las afirmaciones de Jesús no garantizan la realidad personal de estos seres, pues responden más bien a un ambiente cultual, ya sea de judíos, ya sea neotestamentario. Otros críticos afirman que estos personajes responden a mitos que desean subrayar la intervención providencial de Dios, o la realidad de choque entre el bien y el mal. Otro tanto, afirman que porque aparecen en la Biblia no es causa para afirmar la existencia de ellos, pues son textos descriptivos. Pero, por otro lado, no se puede negar la existencia de textos con contenidos reveladores donde aparecen ángeles y demonios, aunque en referencia a Cristo, señor de unos y victoriosos sobre los otros, pero donde juegan un papel en la economía de la salvación.
Actualmente, plantea el autor, se acostumbra a esbozar la demonología antes de la angelología, pero que bien se puede deber al intento de explicar la existencia del mal como algo ajeno al plan de Dios, que tiene su causa por un ser malvado. En los sinópticos la misión de Jesús trae consigo la instauración del Reino sobre el maligno; en Jn, la figura del Diablo es muestra de la malicia del pecado. Para Pablo, Cristo vence todas las potencias malignas, sean humanas o sobrehumanas; en sus escritos escatológicos, Cristo vencerá a Satanás en su parusía.
Los hagiógrafos pudieron sacar sobre este tema, elementos de otras culturas, pero cuando hablan de espíritus buenos y malos, lo hacen desde la seguridad de la existencia de espíritus puros. Cristo acepta la realidad personal de éstos, sin olvidar que él trascendió su ambiente y su época, y con su mensaje contradecía posturas como la de los saduceos. Ellos son admitidos por los hagiógrafos en las Escrituras, de ahí que la Tradición haya concretado cierta visión teológica y exegética sobre ellos.
Marranzini expone la cuestión en los Padres de la Iglesia. Éstos, en contra de los gnósticos, plantearon la creaturalidad de los ángeles, por lo que no se les debe dar culto, aunque cooperan en el gobierno sobre los hombres. Achacan el desorden a unos ángeles pervertidos, pero que actúan por providencia de Dios para castigar a los malos, y acrecentar la fe en los buenos. Ven a los ángeles buenos como protectores y a los malos como tentadores, creador por mediación del Logos. Para los Padres de la Iglesia, todos los ángeles fueron bueno, pero al ponerlos a prueba, unos cayeron por su propia voluntad, los que vencieron fueron jerarquizados en tres triadas. Del Diablo y sus secuaces, afirman que son los que hacen caer a los hombres en los vicios, pero serán condenados por Cristo al final, momento en que hombres y ángeles entrarán en una única liturgia.
La enseñanza del Magisterio ha considerado a estos seres como parte de la creación universal realizada por Dios, creador de lo visible e invisible (Nicea 325). El Concilio de Braga (560) anatemiza a los que afirman que el Diablo no fue un ángel, y que salió del caos y de las tinieblas. El IV Lateranense ataca el dualismo, al decir que Dios es creador de los seres espirituales y corporales, el Diablo y los demonios fueron creados buenos, se hicieron malos por su propia voluntad; el hombre peca por sugestión del Diablo.
Siempre han sido considerado parte de la creación, y el mal que se haya engendrado, no proviene de Dios, sino de la misma creatura. Y eso, desde el IV Lateranense es parte de la fe. El Concilio de Florencia afirma la libertad de Dios para crear todo, y Vaticano I para manifestar su perfección. Pablo VI en el credo del Pueblo de Dios (1968) afirma que Dios es creador «de las cosas invisibles, como son los espíritus puros, que también se llaman ángeles». Vaticano II los menciona en cuanto reciben veneración de los cristianos (LG 50), estarán con Cristo en su parusía (LG 49), y que María ha sido exaltada sobre ellos (LG 69).
De la demonología, León Magno ha dicho que la salvación es victoria contra él, e igualmente el C. de Florencia, redención es librar al hombre del yugo de Satanás. Trento ve al hombre pecado bajo la influencia del Diablo. Vaticano II ve la vida del hombre como «lucha contra las tinieblas» (GS 37), y reconoce en Jesús a un exorcista (LG 5). Pablo VI reconoce que una necesidad actual es la «defensa contra ese mal que llamamos demonio».
Destaca sobre la cuestión de los ángeles y el Demonio su vinculación con la vida litúrgica. Esta parte de la vida práctica de la fe, muestra a estos seres espirituales como proteccionistas y tentadores, se hace eco de la Escritura y nos invita a unirnos en la alabanza con los ángeles, a seguir sus inspiraciones, y luchas contra los demonios. Igualmente, continúa existiendo en la Iglesia la práctica de los exorcismos en algunos sacramentos, ritos y oraciones sobre penitentes.
Marranzini, concluye con la expresión de necesidad que se requiere en la Iglesia de aclarar sobre este tema, de manera que se puedan separar los elementos culturales-históricos, y dejar en claridad aquellos que son válidos. Ve como necesidad apremiante, realizar una hermenéutica sobre la angelología y la demonología, «indagar con atención qué es lo que, en realidad, intentaron significar los hagiógrafos» (DV 12), leer la Escritura con la Iglesia y en la Iglesia, y sin nunca olvidar que la existencia de los seres espirituales ha sido una verdad de la doctrina católica con fe constante y universal durante todo el periodo de la Iglesia.

1 comentario:

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    Muchas felicidades!!!

    Atte. Alberto Anguiano

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